jueves, 15 de septiembre de 2016



Estas poesias rápidas son fruto del acoso de la señorita Gisela Mancuso que, irrumpiendo en mi cotidianidad, me mandaba breves consignas de escritura por whatapp para que me pusiera a escribir.
Éstas construcciones nacen en un café la primera, y la otra en el break del trabajo. Ambas tienen como disparador un grupo de palabras aleatorias proporcionadas por la señorita Gisela, escritora y coordinadora de grupos literarios, ya mencionada al comienzo del primer párrafo.

#Primera

Tal vez todo es resultado de una ilusión macabra.

Esas espigas que estratégicamente nos hicieron asociar a la prosperidad, tal vez, no sean mas que veneno.

¿Cómo debilitar a un grupo de guerreros si no es emponzoñándolos un poco cada día?, Debilitando su jara.


Veo Frondosos campos llenos de violetas.

La lavanda libre, elegante, entera, inunda todo la vista y el olfato.

Siento que me elevo.

Oro alquímico.

Hierro acendrado.

Todo es posible.

Podemos restaurarnos.

Un espíritu inmarcesible brinda un tiempo eterno.

Pero en este sueño pesado el trigo nos adormece cada día un poco más.



#Segunda

Un puente de madera fresca, antiguas tablas que suenan bajo mis pies.
Doy un paso y parecen crujir. Dos, y otro y otro y ¿crujen? Yo sé que se desperezan: bien reciben sin disimular el entusiasmo, la espera contenida.
Mi transitar es, a la vez, epifanía y realidad, es un sueño y está vivo. Lo salpican aguas de abajo y de arriba.
Arrebol sagrado consagra sus tablas en cada amanecer y en cada ocaso. Las llena de calor, las vigoriza.
Tablas ungidas, tablas divinas.
Me conducen más allá de estos campos cansados de verme girar.
Me conducen por sobre estas aguas mientras suenan bajo mis pies. Me contienen, me saben, me sienten. Están y me cuentan: “las lagunas muchas veces deben atravesarse por encima”.
Como esa luciérnaga
que desde lo alto pasa y, sin saberlo, lo confirma.
Mi nombre es Florencia, me pusieron así por la abuela de mi papá. Más tarde, cuando lo concienticé,  entendí por qué me molestaba ese nombre. Después de entender, lo fui haciendo propio y sigo hasta el presente. 

Mi segundo nombre es Michelle, supongo que me lo pusieron por la  canción de Los Beatles, ya no me acuerdo; una esotericwoman me dijo que así me había llamado en otra vida; por eso, tal vez, también me molestaba, pero de manera distinta. Hola. Me fui. 

Decía que me llamo Florencia Michelle. Tengo 28 años, aunque a veces me siento de 19, 15 o 34. 

Antes de que saquen conclusiones: sí, supongo que me escapo del presente, como el 90 por ciento de los mortales. También estoy trabajando eso. Cuando escucho AdeleBillie Holiday o alguna de ellas me acuerdo que soy fuerte.  

Como una vez me dijo mi gemela mexicana, “soy difícil de amar. Creo pertenecer a esa legión de  mujeres fuertes, muy fuertes, que intimidan mucho más de lo que pueden darse cuenta. Es que muchas veces nos  sentimos tan frágiles; por dentro somos puro sentimiento, pura necesidad de amar apasionadamente. 

Estoy en proceso de entender que a la primera que debo amar así, tan apasionadamente, es a mí, lugar común de los libros de autoayuda, pero no por eso menos certero. Mujer, conocete a ti misma”. Ahora me estoy amando, mientras desaprendo el abandono, el maltrato, la ausencia y la adicción al dolor. Creo que tratarme bien y escucharme es una forma de conocerme. 

Hola. Soy Flor. Soy una persona selectivamente memoriosa. He borrado  de mi mente grandes períodos de mi vida mientras que otras escenas se repiten de manera histérica y copiosa. Ahora mucho menos. 

A veces, cuando logro quedarme en silencio y sentir mi cuerpo, se me vienen recuerdos aparentemente aleatorios y arbitrarios, sin ningún sentido obvio ni evidente; otras irrupciones recordatorias son menos intrigantes y suelen responder a manual de psicología básica. 

Soy una maquina de almacenar y me cuesta desagotar. Supongo que tengo miedo a que si tiro archivos después no pueda recordar cómo protegerme.  

Me suele gustar dar consejos cuando no me los piden. Me encanta cocinar humita sin carne y las tardes de invierno con mucho sol. 

Prefiero caracterizarme cuando en realidad tengo que relatarme, la secuencia temporal no es algo con lo que empatizo demasiado. Entonces, me recreo todos los días en una descripción que muta más rápido de lo que puedo darme cuenta, una transformación de la que ya perdí el registro mental pero siento el pulso. 

Mi historia es la de salir de un pantano para poder crear, decir, contar y, a veces, decir en voz muy alta. Creo haber estado en ese pantano desde que nací y cada vez voy ascendiendo un poco más. Hoy recién empiezo a  sentir la superficie. No sé cómo ni por qué llegué a ese pantano, cómo es que ya había nacido tan asfixiada y amordazada, pero hoy recuperé mi derecho a existir y estoy en pleno ejercicio. Digo pleno porque, aunque incipiente, es sincero y amoroso.